De haber nacido varón desconozco el nombre que me hubieran designado, sin embargo, al ser niña, solo existía un nombre posible, Isabel.
Isabel representa la ternura de un beso en la frente y el abrazo más fuerte recibido. Escenifica el matriarcado y el brío con el cual las palabras son pronunciadas. Simboliza la serenidad y la fortaleza mantenida en años de dictaduras, repúblicas y guerras de una España opacada por la sangre y los absolutismos. Isabel Personifica el valor de una mujer que, a pesar de su frágil salud y analfabetismo, se mantuvo fiel a sus ideales, jamás se dejó abatir ante las adversidades, ni tampoco permitió que la amordazaran.
Son historias contadas, sí, y también imágenes de mi infancia. Rememoro el jolgorio de la familia días antes de partir hacia el pueblo, y en el trayecto en coche cantando con mi tía. El pesado portón de madera empujado con fuerza, y al entrar, el inmediato frescor propiciado por las gruesas paredes de piedra. Olor a barro de los botijos al recorrer el pasillo, y a lo lejos, junto a la chimenea, en la mecedora, su amorosa figura. Mis ansias por llegar hasta su achuchón y poderla besar me parecen una gran distancia, siempre voy corriendo, junto a ráfagas de voceos que la alertan de mi presencia, por lo que, al encontrarme con su mirada, sus brazos ya están abiertos para acoger al terremoto de su primera bisnieta, Isabel.