Amanece un nuevo día, segundo del año estrenando sonrisas, sueños y ensueños. El candor del sol alcanza mi noroeste,
y el lloriquear de un bebé gatuno me provoca bajar y pedir a los vecinos me
dejen adoptar uno.
Suenan los acordes de un melancólico violín, como sumergido en aguas profundas y en las que no deseo zambullirme, aunque dejo
que siga llorando como si sus lágrimas le fuesen, a mi corazón, ilegibles y lejanas.
En pocos minutos, vigoroso y arrogante,
emana en el aire “El Invierno” de Vivaldi; estoy salvada. Las pulsaciones con las que el destino me tic-tea revolucionan el segundero, transcurriendo
el doble, el triple tal vez, de instantes emocionantes; y no por sentir intensamente
es la causa de mi locura.
¿Marioneta de las constelaciones? Quizás
me deje acusar, no es tan grave danzar entre las estrellas o marcarme un paso
doble fuera de contexto. No, no hace tanto calor como piensan, ni tanto
frío; el punto medio se encuentra en el alma.
Las Pinceladas en el cielo se han
tornado fuego. El nuevo día ya no es tan nuevo.